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Conciertos en La UNAM

Después de varios meses de no ir a ningún concierto, este fin de semana preparamos todo para irnos a escuchar a Beethoven en la Sala Nezahualcoyotl de la UNAM. Con todo preparado (incluyendo 1 pañalera, una bolsa de juguetes de Tristán, una bolsa de maquillaje y dos libros de Aline) salimos corriendo a las 11: 10 am hacia Ciudad Universitaria. El plan era que Aline y Tristán me iban a esperar paseando por la zona cultural de CU mientras terminaba el concierto (no se admiten niños menores de 8 años a los conciertos :( y nos dio flojera ir a dejar a Tristán con mis suegros hasta Ciudad Satélite). Llegamos a las 11:45 am y el concierto empezaba a las 12:00 pm. Pero ¡oh tragedia! ya no había boletos, es más, ya no había boletos desde el día anterior. No dudo de que Beethoven podría llenar el Foro Sol si algún día se atrevieran a llevar la cultura a las masas, pero bueno, divago. El caso es que no había boletos, todos agotados ¡Casi lloro! Concierto para piano no. 5 “Emperador” era el objetivo. Una cosa es escucharlo grabado, otra verlo ejecutarse. ¡Y yo no iba a verlo!. Finalmente compramos boletos para la siguiente semana, que presentan la Obertura Egmont op. 84. Abatido y sin tener siquiera una televisión para verlo transmitido por el Canal 22, nos fuimos a recorrer los alrededores de la Sala Nezahualcoyotl. Todavía sin perder la esperanza hice un último intento y subiendo al 3er piso del edificio de la Sala vi, y al ver pensé, ¿cómo no lo recordé antes?, que en el tercer piso hay vitrinas desde donde se puede ver perfecto el escenario y además, aunque algo disminuido, se puede escuchar también. Pues que bajo corriendo a buscar a Aline y que nos subimos al tercer piso. Ella se puso a jugar con Tristán para que yo pudiera escuchar el concierto con tranquilidad (gracias flaquita hermosa) y ahí, de pie, tratando de no escuchar el ruido externo, me concentré en disfrutar el concierto. Excelente, magistral, como escuchar un mundo divino fuera de este donde vivimos y nos ajetreamos nosotros. Escuchar un concierto de música clásica, y en particular escuchar a Beethoven, produce en mi una experiencia incorpórea, diría mística y divina, aunque corro el riesgo de ser corregido por Aline (pero cada quien tiene su propia experiencia mística). Es un placer sobrehumano, un alimento y deleite para el alma. Ver la orquesta moverse y ejecutar la obra como un solo ente, consciente de sí mismo y dispuesto a dar una demostración perfecta con la misma determinación que una bailarina de ballet, es impresionante por decir lo menos. Más aún, ver como los dedos de la pianista toman vida propia convirtiéndose en un instrumento de Beethoven a 200 años de distancia; en un instrumento de la divinidad (o la genialidad) que lo inspiró; es hipnotizante. Como ya muchas veces lo he dicho, el hombre, al expresarse artísticamente (en todos los géneros del arte), deja ver algo que es más que humano, algo divino. Es más, al ver que nosotros (simples humanos mortales, efímeros y perecederos) somos capaces de crear algo eterno, imperecedero, motivador, capaz de provocar emociones, deseos de gloria es (espero estar usando bien la palabra) un hierofanía. Es probar la misma esencia del mundo, esa en que viven los genios y nos muestran como un hermano mayor le muestra al pequeño lo que hay escondido en la parte superior de la repisa y que no alcanza a ver por su estatura. Es verse inmerso nuevamente en lo sagrado (no lo religioso), en lo inmaterial en la esencia del mundo. es dejar de ser hombres de carne y volvernos entes incorpóreos hechos uno con el mundo vislumbrado. Así sucede con Beethoven. Es el hermano mayor de la humanidad, mostrándonos lo que hay arriba, levantándonos en sus brazos para que veamos a través de la ventana el jardín del Edén que hay afuera. Es el hermano mayor tomándonos de la mano y ayudándonos a cruzar la puerta que divide este mundo del otro de lo sagrado. Nos guía y nos enseña. En algún modo, al escuchar a Beethoven nos volvemos uno con él. Y al mismo tiempo nosotros, los presentes en la sala nos volvemos uno solo. Uno solo en lo sagrado. Escuchar un concierto es morir a propósito un momento para visitar este lugar, este edén. Y al regresar de ahí, regresamos como Moisés del monte Sinaí, con el rostro iluminado por haber visto. Por haber presenciado, por estar presentes sin el cuerpo. Y regresamos a esta mundo oscuro, tosco, cotidiano, a enfrentarnos a nuestro pueblo adorando a su propio becerro de oro. En fin, ya divagué todavía más. Este fin de semana pasado (gracias a Aline) pude ver, con mis ojos del alma, el jardín del Edén. La siguiente semana, los dos lo veremos juntos. Y, espero, en unos años, Tristán irá con nosotros a echar un vistazo a ese mundo desconocido del Arte. Será entonces una hierofanía común.